Alba llevaba semanas con un dolor en una muela que le impedía comer y beber y que le provocó tal mal humor que hasta lo pagó con Freddy, su pobre gato. En lugar de abrazarle como cada mañana cuando la despertaba a lametazos, le cogió del rabo y le estampó contra la pared del dormitorio. En ese momento se dio cuenta de que necesitaba ayuda urgente y pidió hora en el dentista, algo que siempre le había provocado un miedo atroz. Alba estuvo una semana sin dormir y sudaba cada vez que se imaginaba abriendo su enorme boca ante un odontólogo que seguro que le sacaría, además de su maldita muela, unos ceros en su tarjeta de crédito.
¿Cuándo fue la última vez que estuvo en el dentista?
La recepcionista que la atendió se mostró lo más amable posible, seguramente al ver el estado de ansiedad con el que Alba llegó a la consulta.
No lo recuerdo.
Eso lo dicen todos. No le tiene que dar vergüenza confesarlo, es normal evitar venir a un dentista, pero también le digo que, muchas veces, esperar es casi peor.
Quince años.
¿Sin ir a un dentista?
Sí.
Media hora después, Alba estaba ya tumbada y con la boca abierta a la espera de que el doctor Ocaña, un señor elegante y de buen ver, entrase por la puerta.
No esté nerviosa, señorita, saco muelas todos los días, es mi trabajo. Vamos a empezar con esa maldita caries que la está matando. Abra más la boca, por favor.
De repente, la sonrisa profiden del doctor Ocaña se congeló. Fue como si hubiese visto a un monstruo acosándole en el pasillo de su casa. Como si se hubiese encontrado con su madre muerta en la cola del super mercado. Como si no hubiese visto nada igual en sus 30 años de carrera como odontólogo. Se quitó la mascarilla y salió corriendo de la consulta. Alba estaba tan alucinada que no sabía si reír o llorar. ¿Qué habría visto para asustarse tanto?
¿Qué ocurre? ¿Por qué se ha ido el doctor?
Vilma, una simpática enfermera que estaba a su lado, trató de restarle importancia.
Le habrán entrado ganas de ir al servicio, ya sabe, un apretón, el doctor bebe demasiado café.
Media hora después, el doctor Ocaña entró acompañado de dos policías.
Es ella. No es humana, es un robot. Me he dado cuenta al verle la boca, tiene todo lleno de cables, y uno de ellos se le ha roto, de ahí el dolor intenso que siente en una de las muelas. Les he llamado porque no es el primer caso que veo y me da miedo que vengan más.
Una de las policías se acercó hasta Alba y la cogió del brazo.
Tiene que acompañarnos.
¿A dónde? ¿Qué ocurre? ¡Yo no soy ningún robot!
La vamos a llevar hasta la nave espacial que sale en una hora de Barajas. Allí se encontrará con todos los robots que han entrado de manera ilegal en la Tierra y contra los que hay una orden de expulsión. Si trata de regresar, aténgase a las terribles consecuencias. No les queremos entre nosotros.
¡Los robots también tenemos sentimientos! ¿No ve cómo lloro?
Pero dio igual porque Alba puso rumbo al aeropuerto para no volver nunca más. Y encima, su dolor de muelas seguía.
Recuerda que puedes descargar gratuitamente el recopilatorio de relatos 2020. Esta historia es totalmente ficticia y está escrita a raíz de conversaciones que escucho cuando la gente no se da cuenta. Es la mejor manera.
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